lunes, 1 de diciembre de 2014

¿Eran los antiguos "muy guarros"?

La idea en torno al concepto de higiene que tenían nuestros antepasados dista enormemente de la concepción que del mismo tenemos a día de hoy, de hecho no es infrecuente escuchar la popular frase “los antiguos eran muy guarros”. Es cierto que es una noción que ha evolucionado y se ha trasformado profundamente con el paso de los años pero si hubo un pueblo en la Antigüedad que se preocupó por estas cuestiones fueron romanos aunque llevándolo a la práctica de una forma muy peculiar.


El aseo diario de los hombres y mujeres romanos se limitaba a la limpieza de brazos, piernas y cara después de levantarse, una tarea que llevaban a cabo en su habitación o cubiculum con ayuda de uno o varios esclavos: 
La gente se lavaba cada día los brazos y las piernas, y solo tomaba un baño completo los días de mercado” (Séneca. Cartas a Lucilio, LXXXVI, 12), esto es, cada nueve días. 

El objetivo de este baño era el de eliminar los malos olores corporales, meta harto difícil de lograr no solo por lo escaso del mismo sino porque no se empleaban jabones, y no porque no se hubiesen inventado. Hay indicios de que ya en Mesopotamia podrían fabricarse aunque según Plinio era un invento galo empleado para tratar el cabello, que fue rechazado por los romanos por su origen bárbaro. En sustitución del jabón se empleaban perfumes y sustancias desodorantes como el polvo de alumbre. La utilización de estos productos, difundida por los griegos a lo largo y ancho del Mediterráneo, llegó a convertirse en una verdadera obsesión criticada por algunos de los autores más reaccionarios, preocupados por la relajación de las costumbres que materializaba y por el derroche en un bien que consideran inútil:
 “Este es el motivo de lujo más superfluo de todos, porque las perlas y las piedras preciosas se transmiten en herencia y los vestidos duran cierto tiempo, mientras que los perfumes se disipan inmediatamente y tienen su hora fijada […]. Cada libra sobrepasa incluso los cuatrocientos denarios” (Plinio. Historia Natural, XIII, 3, 4). 

La frase de Plinio de buena cuenta del importante negocio que se generó en torno al perfume. Los artesanos y comerciantes ejercían su actividad en el denominado Vicus Unguentarium, llegando algunos de ellos a adquirir un gran renombre con sus creaciones, aunque también se exportaban desde todos los rincones del imperio en pequeños frasquitos. No solo las personas se perfumaban, también los ropajes, las viviendas o los edificios públicos eran rociados con estas sustancias además de utilizarse en ceremonias religiosas y familiares…La forma de aplicar el perfume sobre el cuerpo de las mujeres era curiosa: la esclava se llenaba la boca con el producto y lo rociaba sobre su señora.
En la imagen se puede apreciar una pinza de depilar junto con varios recipientes para perfumes y cosméticos (Museo del Perfume, Barcelona).

Los dientes era otra de las partes de su cuerpo que los romanos aseaban a menudo, empelando para ello orina, siendo la más valorada la de origen hispano. Este sistema tan peculiar de limpieza hace que no nos resulte extraño que se utilizasen diferentes sustancias para evitar el mal aliento como la canela, el laurel o el zumo de mora entre otras.

Además de esta limpieza diaria, los romanos ya conocían la depilación, bien mediante el empleo de resinas que arrancaban el vello de una forma similar a la cera actual, bien extrayéndolo con la ayuda de unas pinzas de depilar, documentadas en numerosas excavaciones arqueológicas. No fue una práctica exclusiva del género femenino sino que eran muchos los hombres  que se depilaban, especialmente las axilas, o incluso la cara, en sustitución del tradicional afeitado. Suetonio menciona que emperadores como Otón se depilaban el cuerpo entero (Suetonio. Vida de los Doce Césares, Otón) algo que parece que también hacia el mismísimo Julio César:
 “Concedía mucha importancia al cuidado de su cuerpo, [...] hacíase arrancar el vello, por lo que fue censurado […]” (Suetonio. Vida de los Doce Césares, César)

De Augusto dice Suetonio que:
“[…] acostumbraba a quemarse el vello de las piernas con cascara de nuez ardiendo, con objeto de tenerlas más suaves”  (Suetonio. Vida de los Doce Césares, Augusto). 
Pinzas de depilar, siglo I a.C. (Museo de Arqueología de Cataluña).

Como hemos dicho, el baño completo solo se realizaba cada nueve días, siendo la tarde el momento preferente que se dedicaba a esta actividad. Aquellas familias más pudientes podían contar con una zona de baños o balneum dentro de sus propias residencias, que podían consistir desde un simple baño caliente dotado de una bañera realizada en obra o simplemente un gran barreño, hasta instalaciones mucho más lujosas, que imitaban a las grandes termas públicas. Séneca, criticando la ostentación de alguna de estas instalaciones, llega a decir:
 “[…]¿Qué decir si nos referimos a los baños de los libertos? Cuántas estatuas, cuántas columnas que no sostienen objeto alguno, sino colocadas como ornamentación, por el prurito de gastar!” (Séneca. Cartas a Lucilio, LXXXVI, 7). 
Los edificios públicos eran mucho más numerosos posiblemente debido a que los costes de mantenimiento de estas estancias eran demasiado elevados (EGEA, 2011: 85) y solo unos pocos privilegiados podían permitírselos. Aun así, en el caso de la ciudad de Carthago Nova se han producido varios hallazgos que se han puesto en relación con instalaciones termales de carácter privado como son los realizados en los solares 8-10-12 de la calle Serreta, en la calle Puertas de Murcia subida a calle San Antonio, el solar número 10 de la Plaza de la Merced  y los números 5-7 de la calle Palas (MEROÑO, inédito). Según Vitruvio este tipo de estancias debían de situarse orientadas hacia el oeste para recibir la mayor cantidad posible de luz y calor aunque, por motivos prácticos, lo más frecuente es que se situasen cerca de la cocina para disponer de agua caliente de manera más sencilla. 
Las grandes termas públicas no solo eran espacios dedicados al baño sino que contaban con zonas de ejercicio, salas de masaje, incluso algunas de las más grandes podían estar dotadas de bibliotecas o teatro. Pero de estas instalaciones hablaré en el próximo post.

Bibliografía: 

- EGEA, A., (2011): Los balnea privados en Carthago Nova. En: NOGUERA, J.M. – MADRID, M.J. (Coords.) Arx Hasdrubalis. La ciudad reencontrada. Arqueología en el cerro del Molinete, Cartagena. Murcia. Págs.84-89.
- FERNÁNDEZ, M., (2009): Vivir en Emerita Augusta. La Esfera de los Libros, Madrid.
- GUILLÉN, J., (1994): Urbs Roma. Vida y costumbres de los romanos I. La vida privada. Suígueme, Salamanca.
- MCKEOWN, J.C., (2011). Gabinete de curiosidades romanas. Crítica, Barcelona.
- MEROÑO, inédito. Urbanismo romano de Carthago Nova. Condicionantes, características y sistemas de ejecución. Trabajo de Fin de Máster de la UGR, 2014.
- PLINIO. Historia Natural.
- SENECA. Cartas a Lucilio.
- SUETONIO. Vida de los doce césares.



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